jueves, febrero 01, 2007

*De Óbitos Y Cocciones*

Para empezar... una pequeña historia no tan larga pero bastante entretenida :) Enjoy!




-Relatos Antropofóbicos-









*DE ÓBITOS Y COCCIONES*




El atardecer me encontró limpiando la casa, como de costumbre. ¿Qué otra cosa podía yo hacer?
Me acerqué hasta la puerta de la habitación de herramientas y allí lo ví a él, sentado sobre una sillita de madera, con su mirada perdida y una escopeta en la boca.
Me miró y jaló el gatillo.
Todos los perdigones se esparcieron por la pared, y claro, también sus sesos.
-¡Oh, pobre de mi! ¡Cuánto trabajo iba a costar limpiar sus restos! -Exclamé al instante, en voz alta.

Me senté dispuesta a tomarme las cosas con calma. -Con lavandina debería salir- Pensé.
Estaba dispuesta a ir a comprar, pero entonces percibí que un gusano estaba dispuesto a sacar ventaja de la situación. Aproveché que tenía la escopeta a mano y le di su merecido.
No recuerdo haber encontrado rastros siquiera.
Cuando me percaté, el óbito de mi marido había quedado practicamente desmembrado, tan solo una pierna colgaba de sus sucios arapos. -El nunca fue un buen amante de todas maneras- Agregué, para romper el hielo, y como si alguien me pidiese explicación alguna.

Se hacía tarde, todavía tenía que limpiar, y ya me estaba dando hambre.
Apunté hacia la puerta y fui al almacén en búsqueda de lavandina.
-¿Tiene usted lavandina? -Le cuestioné a la cajera.
-¡Sí! ¿Cómo no...? -Se apresuró a contestar, hasta que yo interrumpi su discurso al son de: -¡Pero no cualquier lavandina! Necesito esa que sirve para limpiar restos de cadáveres.
La cajera lo pensó medio minuto y respondió: -No, la última se la llevó el arquitecto de...-
Me fui sin dar las gracias. ¡Qué gente inoperante! - Me repetía hasta llegar a casa.

No quedaba otra opción viable. Iba a tener que fregar hasta el cansancio.
Dicho y hecho. Hasta la noche estuve rasqueteando los coágulos ya practicamente mimetizados con la pared.
-¡Qué desdicha la mia!- Me jactaba una y otra vez, pensando que iba a tener que llamar a un albañil para que tape los agujeros que los perdigones habían dejado.
A todo esto, mi hambre era voraz, y se dio la mala suerte que las alacenas estaban vacías.
-¡Él había tirado toda la comida!- Deduje rápidamente.

Utilicé nuevamente la escopeta, pero esta vez no disparé, sino que golpeé su pendulante pierna hasta que los harapos cedieron. Me apresuré a traer una bandeja y no tardé en encender el horno.
Para cuando calentó, metí la pierna, pensando en su jugoso sabor agridulce.
Tanto era el hambre que olvidé el secreto más importante de la cocción humana. ¡La depilación!
Minutos pasaron, o quizás horas. Sólo recuerdo haber traído el matafuegos y apaciguar semejantes llamas.
¡No sabía qué hacer! Así que opté por buscar ayuda. Levanté el teléfono y antes de terminar de marcar el "911" un hombre vestido de blanco atravesó la puerta de mi casa de una terrible patada.
Preguntó si podía serme útil, y yo le dije casi espontáneamente: -¡Claro que sí!.
Saqué la pierna del horno y le sugerí: -Haga todo lo posible doctor.-
Él se agarró la pera y de su botiquín sacó un tarrito de salmuera. Lo esparció por toda la pierna cual sacerdote bautizando a un crío.
Se secó el sudor y afirmó con total certeza: - Listo, como si nada hubiese pasado. La próxima vez tenga mas cuidado.
Nunca estuve mas feliz: ¡Había salvado mi cena!. Pero como era costumbre en mi, no agradecí, aunque tuve la decencia de invitarlo a compartir este delicado plato.

Media hora mas tarde, y ya la pierna completamente pelada, me aveciné contra el médico con un tenedor en la mano. ¡No me iba a quedar sin postre!
Tal es así que fui directo al ojo izquierdo. Sin cocción previa, lo devoré como venía.
Posterior a ese hecho, fui a buscar un corcho y se lo coloqué en la cavidad ocular. No vaya a ser cosa que me derramase fluidos lagrimales sobre mi mesa.
Ambos nos dimos la mano y él se fue muy contento y agraciado.

Se comenta que días después tuvo una hemorragia interna y falleció. Una verdadera lástima, ¡Tan rico que se veía!.
No se cuanto tiempo habrá pasado, quizás semanas o meses, pero recuerdo que me desperté al lado del envase de lavandina concentrada y me di cuenta que todo aquello había sido un delirio, producto de los sofocantes vapores.

Me apresuré a levantarme, estaba dispuesta a contarle a mi marido este increíble relato que parecía extraído de un mundo onírico.
Pero allí lo vi, en el cuarto de herramientas con una escopeta en la mano, pero esta vez apuntándome a mi.
No podía cometer el mismo error dos veces. Junté fuerzas, alcé la voz, y le dije: - ¡No lo hagas! ¡Por favor! ¡Esperá a que me depile!.





[Por: Leandro Bino]









Grax Lean! Espero portarme bien así me hacés el regalo [jej].

1 comentario:

Anónimo dijo...

Realmente increible!!!!!!

Me encanto. Bueno solo espero q pongas miles de estas.

Saludos JeSs